viernes, 18 de septiembre de 2015

Nos parecemos (o recordamos mucho) a otros descendientes de antepasados que conocemos.

En referencia a la teoría anexada a la doble hélice en espiral, es decir, el A.D.N. debería añadir la pregunta que cabe hacerse sobre por qué esto pasa o si es posible entender el mundo o solo a nosotros mismos mediante este acontecimiento representado por caras anónimas de la sociedad que vemos cada día.
Podría extenderse ya a un estudio de perfiles en red, pero no entenderíamos seguramente nada de una manera global sino subjetiva esta relación entre caras. De la misma forma que no hay dos animales con la misma forma moteada en plumas, pelos y piel -como en éste último caso, las huellas dactilares-, cabría entender si existe algún tipo de patrón respaldado por representantes físicos en el genoma humano que cupiera en la concepción del futuro y las futuras generaciones venideras (por irónico que parezca, mediante otras concepciones donde ocupen los vacíos generacionales nuevas caras nuevas).
Somos seres sociales, humanos, y con rasgos similares, y no hay otra forma de considerar el pensamiento natural de la forma física humana si no es entendiendo el sexo como la manera de vincularse genéticamente unos y otros, salvo, quizás, la probabilidad de poder relacionar caras similares (rasgos, o cualquier forma física que difiera de una anterior) mediante el recuerdo de algún ya conocido o familiar cercano.
Es como preguntar si es posible que porque un actor marque tendencia en la tele, vaya a ser más probable encontrar a alguien de aspecto similar, aunque implique un proceso de muchos años, el ser humano no se mueve solo por moda sino que es una imagen muy cambiante.
Veremos si no se nos distorsiona mucho la imagen de la realidad, o cómo se representa ésta de una forma fidedigna a quienes somos como nos dejamos ver, pero ¿será esta una forma de estudio de entender al ser humano viable?