martes, 8 de febrero de 2022

La depresión permacultural

La depresión permanente por falta de recompensa

Vivimos en un constante abismo diario de frustraciones:

Antiguamente al viejo enfermo le dábamos de comer porque no se valía por sí mismo.

Hoy día estamos "prejubilados" en cuanto a la caza se refiere.

Sin entrar en el papel de los puestos laborales en la economía, el cerebro primitivo conectado con el sistema límbico no ve recompensado su esfuerzo como un logro personal, de tal forma que nos sentimos inútiles —y tal vez lo seamos— por el mero hecho de depender del Estado para subsistir si quiera de éstos alimentos.

A pesar del logro nuestro de la agricultura y ganadería, instintivamente nos falla algo, por muy atrofiado este sentido de supervivencia.

Vagar de la casa al trabajo y vuelta a empezar NO proporciona esa satisfacción sustitutiva de recompensa por una buena "pesca".

[Hay quién sustituye esta por la "pesca de hombres", y es posible por eso que algunas mujeres se sientan menos defraudadas en este aspecto, pero — irónicamente— ya se encarga la "sociedad" de prejuzgar o criticar lo natural e intrínseco de la biología de supervivencia también femenina de: hogar, marido e hijo/s. Por lo que la frustración —por desgracia simbólica e intercambiable entre ambos sexos— es precisamente un tema también sexual y de carencia de sentido en algunos casos al no querer asentarse.]

En cualquier caso, "una mala racha" en la caza viene que ni pintado en cuevas para los casos que nos atañe.

Lo que antes podría ser depresión de 3 días, se ha convertido ahora en un malestar perpetuo por falta de objetivos (de capturas).

[Puede que incluso más largo en las mujeres al carecer de atención (masculina), pero más leve debido a su natural posición de "ser atendida" (de encargarse de limpiar de polvo la cueva, etc.).]

El hombre, inútil para adaptarse de alimento con su familia se resigna —en algunos casos literalmente— a ser hacer "un enfermo más", un jubilado "inútil" sin otro beneficio que trabajar (en caso de poder) en una sociedad donde el jubilado puede y se permite un huerto que —irónicamente— acabará dando de comer a aquellos que no pensaron nunca que, si bien el dinero no crece en los árboles, sí lo hace la fruta al igual que las verduras provienen de la tierra y la ganadería del cuidado.